Vapor
Sonó el reloj de pared, y como respuesta el mundo se me antojó breve, rápido… Te busqué con la mirada, y solamente el miedo me la devolvió, aguantándomela con suma determinación. Yo caminaba por aquella habitación sin ventanas, y tú estabas al otro lado de esa barrera de la que siempre me habías hablado, la barrera que me había quitado el sueño. La luz se reflejó entonces en la pared, y mi sombra se dibujó contra el muro blanco que observaba. Vi un hombre cansado, una silueta con bastón. Me imaginé una catedral, llena de vidrieras, tan alta, tan cercana… Tú estabas arriba, y no me mirabas esta vez, le mirabas a él, no me había percatado, y otra vez él estaba allí, dejándome de actor secundario, obligándome a respirar aire viciado.
Suspiré, y salió vapor de mi boca, un vapor que se mezclo con el frío de la fortificación.
Volví al habitáculo, nada era como antes, el bastón había desaparecido.
Lloré de impotencia, y tu mano me rozó la cara. Te aparté bruscamente, y te pedí que nunca volvieras. Mi mirada se tornó violenta, y en la sombra encontré entonces mi espada, pendiendo de mi mano, goteando una sangre negra que emanaba de mi abdomen.
Caí, sin quererme agarrar a tu ropa. Eras tu quien lloraba esta vez, y yo me moría sin apenas decirlo en voz alta. Te amaba. Pero no quería que lo escucharas, le mirabas a él con esos ojos que había aprendido a interpretar.
Perdí el aliento, y la poca vida que quedaba allí se volvió de color blanco.
Aparecí en un lugar desde donde te podía seguir observando, y me encontré con él. Me abrazó y yo le apreté contra mí.
Tú llorabas, y nos mirabas a los dos, la catedral era esta vez corpórea, y mi vapor se introdujo en ti.
Quisiste morir, pero no te dejamos, te retuvimos allí.
Te quedaba mucho por vivir…
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