martes, 10 de junio de 2008

Relatarium. Cap.16

El Camino


Un disparo en la pared confundía la realidad con la ficción, a través de pinturas milenarias esculpidas al óleo en pedazos de lienzo tatuados de pasión ancestral.

Yo caminaba a través de mi memoria, recorriendo los senderos que exhalaban aire contaminado de pasión. Quise saber la verdad sobre la desesperación, pero no encontraba más a mi paso que una incesante presión que el aire ejercía sobre mis pulmones, llenos de humo y frío.

Los momentos de lluvia se me antojaban rocambolescas muestras de dolor ajeno, cargados de detalles barrocos lejanos a mi cognición, acompasada e hiperventilada de enfermedad tétrica y longeva.

La descripción lírica de la incertidumbre me regalaba momentos de preciosa angustia, indescriptible dolor que me convertía en un mosaico al servicio del llanto mas desesperado. Una vez mas, era feliz dentro de mi mas primitivo desengaño.

Intuía amor en las paredes, y no estaba preparado para hacerlo propio. Descubría un punto y aparte en la tierra, y nada era tan sereno como entonces lo era mi mirada desolada.

Cansado de aguantar un espanto endógeno, me decidí a echar el ancla a estribor y navegar en las aguas del océano azul, tan profundo e inexplorado.

Convertí astillas en criptas, rayos en truenos, miradas en espejos. Podía al fin ver mi semblante a través de las horas. Y no recuerdo ningún instante más feliz dentro de la existencia que me ataba al cuerpo, cada día más inerte, con que me deslizaba a través de las novelas románticas de aquella época.

Era un glaciar en el infierno. Trabajaba para la soledad.

No fui capaz de escribir un desenlace en el libro de mi vida. La elección era el motivo por el cual no había elección. El motivo era el desenlace que no quería escribir. El libro sangraba letras incomprendidas hasta para mí y no deseaba ser abierto.

Una vez más, dejé inconcluso al viento y mi cara llena de cicatrices.

Es posible que la historia de la ficción entrara en directo enfrentamiento con mi humilde cuento. Mas no se podía cambiar.

La música estaba dispuesta sin elecciones, el amor atado con nudo doble a mis muñecas y la soga de la caridad encerrada en mis sueños.

La quería, y no había nada que pudiera hacer. La amaba, y no había alternativa. Quise morir por ella, pero ni siquiera ese trance me pertenecía.