miércoles, 20 de febrero de 2008

Relatarium. Cap.15

Luz


¿Qué pasa cuando apagas la luz? Voy caminando por el oscuro sendero de la vida, escudriñando entre las sombras de mis pasos todo cuanto pueda apreciar.

Despacio, poco a poco, voy abriendo las manos. Quiero agarrar esa figura sin fondo, ese fondo sin figura que tengo delante de mí. No tiene nombre, no tiene razón. No tiene motivo.

Entre la luz y la oscuridad solo hay un momento.

Si el sol brilla, quizás me quede ciego. Veré lo que no quiero ver, todo será claro y tan real como desasosegante.

Si la luna esta en su trono, tal vez no vea nada. Me sentaré a esperar a que las sensaciones recorran mi espina dorsal.

Con los ojos vendados soy capaz de ver más allá. Puedo tenerlo todo. Puedo sentir los colores, intuir las estrellas a través de miles de ojos.

No queda mas camino por andar, no solo. No más lágrimas amargas, no más emociones destrozadas. Hay cientos de constelaciones ahí arriba, ahora las veo.

Ahora veo lo que no podía ni siquiera imaginar. Una vida por delante, una señal inequívoca, varias notas musicales, un ardor por dentro.

Noto como se agolpan en mi corazón. Puedo sentirlo. Pasan las horas, y mis sueños no se desvanecen. Abro los ojos, y todo sigue como cuando los tenía cerrados, perfectamente onírico, imposible, bello.

No. Ya no me hace falta la luz, tengo cosas que brillan más. Seguiré bailando ante la oscuridad, entre miles de formas enamoradas del viento, junto a mis estrellas, dentro de mis sueños, a través de un mundo que esta vez si gira.

Bajo la persiana de la ambición, me recuesto sobre un lecho de paz, y cierro los ojos.

Pocas palabras bastan.

Tengo la luz apagada, y no la quiero encender. No mientras no necesite el sol.

Creo que nunca lo voy a necesitar.

domingo, 3 de febrero de 2008

Relatarium. Cap.14

Su Mirada


La miraste a los ojos, y te propusiste nunca perderla.

Sonaba aquella canción que os había dicho tantas cosas, entre tus labios y los suyos no había sitio ni para el aire. Entre tú y ella solo cabía decir cosas que no encuentran sitio entre las letras.

Era demasiado para poder mirarlo en un mismo plano.

Tantas cosas querías decir que no decías ninguna. Tanto querías sonreír que no hacías más que llorar.

Era un regalo que querías abrir cada día un poco. Un poema que nunca se acababa. Un amanecer eterno.

Un océano infinito.

Le guiñaste un ojo al sol. Su calor era nimio al lado de ella. Le sonreíste a la luna. Mas a su lado era amarga.

Viviste tantas cosas junto a ella, que ninguna antología podría recogerlas. Tantos versos, tantos párrafos llevaban su nombre que temías que fuera imposible que los leyera.

Tanto la querías, que no te atrevías a decírselo. No conocías la manera.

Buscaste entre tu ropa un anillo de viento, y se lo pusiste en su anular. Le dijiste tantas cosas que no se aproximaban a la realidad, que sentiste no estarle haciendo honor.

La cogiste de la mano, y con ella, fuiste al fin del mundo.

Te dormías en sus rincones. Bajabas un pulso tembloroso desde su pelo hasta sus pies, deteniéndote en cada momento de su piel. En su cuello, sus pechos, su cintura… En cada centímetro de sus blancas y perfectas curvas. Y no creías ser capaz de soportarlo más.

No creías que este sueño fuera para ti. No había hielo, no había nada.

Solo ella, contigo. Solo tú, con ella.

Por eso, en aquella noche en la que nada más que su mirada tenía sentido, aquella noche en que te habías dicho tantas cosas…



La miraste a los ojos, y decidiste nunca perderla.